Bajas a la calle para esperarlo y te bajas la bragas en cuanto ves que asoma por la esquina. Lo esperas con las bragas bajadas para que sepa que eres suya y que yo soy tu cornudo sumiso.
Y luego subes con él cogida de su mano, te arrodillas, le abres la bragueta y se la chupas con devoción y ardor; como si quisieras adorar su polla y bendecirla por lo feliz que te hace, por el placer que te da, por ser el centro de su vida. Porque vives para su polla y para darle placer. "Lo que más me excita, mi querido cornudo-me dices- es verlo gozar, ver como se corre".
Y es cierto porque cuando luego te lo follas en la cama o él te folla a ti, te veo cara de placer, de felicidad, de gozo. Una cara que yo jamas he conseguido que tengas y que sólo pones cuando me haces cornudo. "Mi mayor placer, mi querido cornudo --me aclaras- es ver que tu pollita se pone dura cuando me ves follar con otro y te humillo". Porque me humillas, porque cuando te corres entre gemidos y suspiros, me llamas "cornudo" una y otra vez mientras me miras a los ojos.
Y cuando él decide que se queda a dormir en nuestra cama de matrimonio, tú me coges, me llevas al cuarto de los invitados y me echas sobre un colchón que hay en el suelo. Quitaste la cama hace tiempo y sólo has dejado un colchón en el que pasaré la noche sin cinturón de castidad, con unas medias de putita y con las manos atadas a un soporte, con el fin de que no me masturbe. Dices que quieres que yo mismo vea como me excito y se me pone durita al oír durante toda la noche tus gemidos y suspiros de placer. Y como me llamas cornudo. Dejarás las puertas abiertas para que lo oiga todo.
Y así estaré todo la noche hasta que amanezca y vengas a mi cuarto para desatarme y que os prepare el desayuno. Os lo llevaré a la cama y mientras él lo toma, tú me atarás las muñecas a los barrotes de la cama y me darás a oler tu coño. Y digo oler porque generalmente no me permites lamerlo; lamer el sabor de tu excitación de tus jugos y los de él.
Depende de como me haya portado. Si he sido un buen cornudo me permitirás lamerte, pero si he hecho algo que no te ha gustado, como no decirte mucho que "te amo", sólo me permitirás olerlo.
Acercar mi nariz a tu coño y oler la excitación que tu macho te ha provocado y los restos del placer que te ha dado. Sólo eso. Tenerte a escasos centímetros de mi cara, de mi lengua y no poder lamerte. Ese es el mayor castigo.
Y lo soporto porque te amo tanto que ser tu cornudo sumiso aún me parece poco.
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